CARLA
Carla tiene once años, acaba de comenzar sus
vacaciones de verano, y está en el jardín de casa, tumbada en el césped. Le
encanta hacer aquello, en los días en los que empieza a hacer calor, la hierba
huele de una forma diferente, permanece mojada muy poco tiempo, y el frescor,
da paso rápidamente al olor de la tierra caliente, de las flores completamente
abiertas. Si te quedas allí un ratito, el silencio es tan fuerte que puedes
escucharlo.
¿Se puede oír el silencio? Ella pensaba que no,
pero sí, es como un zumbido que parece que te va a dejar sorda. Pero para eso
tienes que estar muy quieto, que no se te oiga ni respirar, como ella en aquel
momento, y de repente, al silencio lo interrumpe otro sonido, presta atención y
escucha un susurro que transporta el viento, son voces muy bajitas y un llanto
muy triste.
Carla se levanta rápidamente intrigada por aquel
llanto. ¿De dónde viene?, y ¿a dónde va? ¡Era muy triste! Quería saber a quién
pertenecía y decide perseguir al viento para averiguar donde se lo lleva, pero
no lo alcanza porque se topa con la valla alta del jardín que le impide el
paso. Mientras, el viento, se eleva por encima y se pierde en la lejanía con el
secreto que guarda.
BISABUELO ABILIO
“El bisabuelo Abilio apareció detrás de ella
mientras todos se abrazaban y besaban. Venía arrastrando los pies, caminaba muy
despacito, sin prisa, él decía que sin prisa se llega siempre seguro. A Carla
le hacía mucha gracia porque el abuelo tenía muchas frases como esa,
refranes muy sabios que sólo sabían las
personas mayores. Aunque el bisabuelo sabía muchas cosas sabias, no sólo
refranes. Sabía cosas sobre los animales, sobre hacer aceite, sobre las
montañas, sobre la madera, cosas que la gente de ciudad no sabía, cosas muy
importantes y le encantaba enseñárselas a ella. Contaba también unas historias
estupendas de cuando era pequeño. A veces ella no entendía alguna palabra,
porque aunque su padre le había enseñado a hablar portugués desde pequeña, el bisabuelo
usaba a veces palabras que ella no entendía, pero papá se las traducía y así
también aprendía palabras nuevas.
Cuando el bisabuelo la abrazó para besarla, le
sorprendió que no oliese a leña, sólo a madera nueva. Tampoco llevaba la camisa
de franela y los pantalones de pana, aunque sí la gorra y manga larga a pesar
del calor. Llevaba en las manos una pequeña navaja y un trozo pequeño de
madera. Le dijo al oído que estaba tallando una figurita. El bisabuelo hablaba
muy bajito, muy pero muy bajito, porque con la edad casi no le salía la voz del
cuerpo. Carla recordó la historia de su hermano sobre el Hada de los susurros,
que no había podido olvidar desde que se la contase, y se dio cuenta de que su
bisabuelo no hablaba bajito por la edad, sino porque todo lo que decía era muy
importante. Era un hombre muy mayor y el más sabio que ella conocía.”
EL HADA DE LOS SUSURROS
Existe un ser mágico, extraordinario, y con una
misión muy especial e importante, la de recoger los susurros de la gente. La
brisa y los vientos trabajan para ella recogiendo los susurros, los secretos y
palabras que se dicen en voz baja. Lo hace, porque al contrario que las
palabras que se dicen a gritos, éstas, son muy importantes y no deben perderse.
El Hada de los susurros, las guarda en campanas de cristal dorado. Si te pones
una de esas campanas mágicas en el oído, puedes escuchar los secretos de miles
de personas, como cuando escuchas el sonido del mar en una caracola, pero en
estas campanas se escuchan por ejemplo, las palabras llenas de amor de una
madre cuando canta una nana a su bebé para que duerma, o las palabras de amor
de los enamorados, los secretos, los misterios…. Por eso, las palabras y el
llanto que has oído, puede que vengan de kilómetros de distancia. Los
transporta el viento hasta el Hada de los susurros, y ella los guardará para
siempre, porque son muy importantes.
CLEOPATRA
“Paseaba yo,
cuando me encontré a una mujer que iba por los pueblos vendiendo gallinas. Iba
de camino a su casa, de regreso con la única que no había conseguido vender.
Cleopatra era una buena gallina, pero fea como ella sola. Además estaba tan
enjuta, que no merecía la pena ni comérsela. La llevaba atada por las patas y
colgada a la espalda. Y lo normal, a Cleopatra no le gustó nunca que la
colgaran cabeza abajo, así que se puso a picotear la espalda de aquella mujer
que chilló de dolor. Estaba ésta, a punto de propinar una patada a mi pobre
Cleo, cuando le propuse cambiársela por el aceite. La mujer quedó tan contenta
de deshacerse de aquel animal que casi me la empaqueta de regalo.”
KIKO
“Nada más aparcar
el coche, un pequeño caniche blanco se abalanzó sobre ellos para jugar. Carla
se agachó para acariciarlo riendo. Era Kiko, el perro de sus abuelos, lo habían
llevado allí para que hiciera compañía a los bisabuelos y era aún más anciano que
ellos. Kiko tenía dieciséis años perrunos, lo que venía a ser unos ciento doce
años humanos, pero mantenía las ganas de
jugar y era muy cariñoso. Cuando le acercó la mano, Kiko se la olisqueó y
comenzó a lamerla.”
SIMON
“En la sala encontró a Lucilia, otra anciana del
pueblo prima lejana de la bisabuela Ricardina, pero no estaba sola, a su lado
un chico desgarbado, un palmo más alto que ella y con el flequillo hasta los ojos la miraba con
cara seria. Parecía que lo habían arrastrado hasta allí como a ella, así que le
sonrío abiertamente con simpatía, algo que pareció sorprender al chico que la
miró asombrado. El gesto del muchacho le hizo gracia, lo que provocó que ella
sonriera aun más. Él, incómodo, resopló para su flequillo y miró hacia otro
lado.”
VICENTE
“Vicente era un cuervo, la mascota de Antonio.
Iba a todas partes con él. Como Cleopatra conmigo. Solo que Vicente no se
callaba ni de día ni de noche. El muy canalla se pasaba el día repitiendo todo
lo que decíamos, alguna vez nos metió en problemas por repetir lo que no debía.”
“¡Claro que hablan! Los cuervos hablan y muy
bien, mejor que los loros. Eso no lo sabe mucha gente, solo hay que cortarles
el frenillo de la lengua. Y son muy listos, más
que muchos animales, pero eso tampoco lo saben.”
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